martes, 6 de marzo de 2018

Italia, Roma y Mercurio


En este bello grabado de Cesare de Ripa, Italia y Roma están representadas por dos jóvenes doncellas; la de la izquierda sostiene entre sus brazos el “cuerno de la abundancia”, y esto hace de ella además una imagen de Fortuna, deidad fundamental en el imaginario simbólico de los pueblos itálicos. La joven de la derecha sostiene el cetro de mando, en tanto que su pie reposa sobre el orbe, sugiriendo así el destino histórico que le tocó en suerte a Roma como "dominadora del mundo". La presencia de Mercurio se muestra a través del caduceo alado que aparece detrás de la otra doncella. En realidad el caduceo mercurial preside toda la escena.

Recordemos que Mercurio es uno de los dioses originarios de los latinos y otros pueblos antiguos de Italia, siempre cercanos a Grecia y al mundo helénico. Mercurio es un dios que se vincula tanto con la “fecundidad y la riqueza como con las bellas artes, la elocuencia y la disciplina” como aparece escrito en la leyenda que acompaña esta iconografía de Ripa. Mercurio, al igual que el Hermes griego, porta en sí mismo los frutos que nutren el cuerpo y los que nutren el alma.

La disciplina de Roma no fue solo militar y guerrera, sino que ella se propagó por todas las esferas de la vida, incluida la intelectual. Es decir que la energía guerrera de Marte, dios vinculado al nacimiento de Roma, fue “disciplinada” por la energía de Mercurio, incubando en su espíritu una tendencia natural al orden, de ahí la fidelidad al rito y a los símbolos sagrados y ancestrales que Roma siempre mantuvo a lo largo de toda su existencia. No se hubiese construido esa civilización, que culminó con el Imperio, sin la disciplina de la inteligencia mercurial aplicada a todo cuanto conformó su religión, su pensamiento filosófico y sus artes. 

No era extraño el hecho de que muchos generales y militares romanos tuvieran una tendencia natural hacia las artes, la filosofía y la literatura. El caso de Julio César es bien conocido, pero también el de Catón el Viejo -militar y escritor- es bien paradigmático de lo que estamos diciendo. Como lo es el de Escipión Emiliano, el vencedor definitivo de Cartago, que en el siglo II a.C. había creado en Roma uno de los ambientes más refinados y cultos de su tiempo, trayendo de Grecia a filósofos neoplatónicos. Sin ir más lejos el propio Octavio Augusto, el primer emperador, tenía entre sus títulos más importantes el de Mercurius Augustus, remarcándose así la plena identificación de su persona y función con la energía de esta deidad, la cual era transmitida a través de él como intermediario.  Francisco Ariza - La Memoria de Calíope

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